Hoy escribo desde la cuarentena de mi recámara, diagnosticada por segunda vez con COVID en menos de dos meses. La primera vez, puedo decir que fui afortunada, fui asintomática mientras dos de mis hijos tuvieron fiebre y síntomas por 24 horas; tuve suerte porque tuve la dicha de poder cuidarlos como solo las mamás sabemos y abrazarlos, cobijarlos y bajar su fiebre mientras nos acurrucábamos en su cama. Probablemente si hubiera tenido síntomas aquella vez, los cuidados se los hubiera dado de manera diferente, más débil y con la mente más nublada.
Esta vez, también fui afortunada, solo nos dio a mi hijo mayor y a mí. Él prácticamente sin síntomas esta vez, pero yo con todos, así que me mantuve a distancia de mis hijas con las que tengo un lazo muy fuerte, pasamos prácticamente juntas todo el tiempo que ellas no van a la escuela o que yo no trabajo, así que nos extrañamos como solo unas niñas de 8 años extrañan a su madre y como solo una madre sabe extrañar a sus hijos.
Ahora, mientras pongo una pausa a mi vida (aunque con mucho dolor de cabeza y de garganta), me tomo un momento para reflexionar sobre todo aquello que a veces damos por sentado y aquello que muchos no pudieron hacer porque se fueron antes de tiempo por culpa de este virus que no perdona.
Como alguna vez lo escribí, el COVID vino a zarandearnos bruscamente y a replantearnos nuestra humanidad. Hoy pienso en todos aquellos que se fueron cuando no había hospitales disponibles ni tanques de oxígeno, a los que se fueron sin su familia a su lado y cuyas familias lloraban a la espera de noticias que no llegaban desde la lejanía de su hogar.
También pienso en aquellos que, aún estando enfermos, su vida no puede ponerse en pausa porque se desmorona. En aquellos sin acceso a vacunas, médicos o medicamentos. Pienso en los que no toman medidas adecuadas y de esta forma ponen en riesgo a su comunidad.
Pero sobretodo pienso en todo aquello que tengo y que trato de jamás dar por sentado. Obviamente en mi familia increíble, una casa que me brinda la oportunidad de poder recluirme en una habitación separada de los demás, contar con alguien que puede hacer la comida por mí y por mis hijos en lo que termina esta enfermedad, en poder estar alejada de todos los que amo y que no quiero que pasen por esto. Y, definitivamente, agradezco contar con la posibilidad de poner una pausa y pensar en mis prioridades, ver una serie de televisión a mitad del día a lo largo y ancho de mi cama con las sábanas destendidas y no juzgarme a mí misma por ello.
Y de todo esto, aprendo y les comparto lo siguiente:
Y ahora, brindo por sábanas destendidas, series a mitad del día y comida en la cama (pero por Dios, sólo por unos cuantos días ¡antes de volverme loca!).